domingo, 12 de octubre de 2014

Apocalipsis Gaudiano. Parte I

2014 The End. Así llamé a la performance sobre los diferentes escenarios que se podría encontrar la humanidad  antes de pasar a convertirse en restos arqueológicos para futuras civilizaciones. Precedió a 2014 The Begining (la performance por la que me detuvieron) y duró desde antes de mi viaje, que inicié en Barcelona, hasta la colocación de las dos bombas biológicas en Londres, a las que no le hicieron el menor caso. Las bombas fueron una caja de pizza y una maleta de viaje, bastante llamativas las dos cosas, con letreros amarillos de "Danger". Situé una en la entrada de una sede judicial y otra en una esquina de una céntrica calle londinense. Dejé unas notas indicando que había peligro biológico en su interior. Pero la paranoia de los británicos parece ser que únicamente es con los paraguas.
El revuelo generado estos días por la propagación del virus ébola me ha hecho volver a recordar aquellos hechos, la falta de atención que se le dieron a los mensajes de alerta que dejé por muchos lugares del mapa urbano londinense, incluidos underground, buses y mcdonalds,  y tratar de escribir un cuento corto sobre el tema. Espero que os guste. Lo he titulado "Apocalipsis Gaudiano", y como su nombre quiere indicar transcurre de aquí a unos meses en la capital catalana.


 Apocalipsis Gaudíano.

El encuentro


Abdul cogió el móvil de la mesilla. La luz parpadeante le mostraba que tenía un mensaje pendiente. El ring asignado le había hecho levantarse inmediatamente de la cama. Su dedo índice se deslizó por pantalla. Sí, era de Sayf . Apretó encima del contacto y apareció un simple "Hola".
- ¿Ya has llegado? - Escribió.
Unos instantes y el timbre volvió a sonar.
- Sí, ya estoy en el aeropuerto. ¿Puedes enviarme la dirección?.



- ¿No prefieres que vaya a buscarte?
- No, dame tu dirección. Cogeré un taxi.
- Meridiana, 307, septimo B. Es muy conocida, no tendrás problemas para encontrarla. Te envío la posición.
- Correcto. Nos vemos en un rato.

Dejó otra vez el móvil en la mesilla.  A su lado estaba la foto de aquel verano en El Cairo. Sayf y él, subidos en el camello con las pirámides al fondo. ¡Oh, que verano!. Se acordaría de todo lo que pasaron juntos. No lo sabía. 10 años eran demasiados para no olvidarse de algo.
Cuando hace unos días había recibido un mensaje por whatsapp no se lo podía creer.
-¿Sayf? Imposible.

Fue el primer pensamiento que tuvo. Tras unos breves saludos y algunos comentarios divertidos de anécdotas pasadas, le había contado que tenía problemas con su familia, que quería volver a España, para intentar comenzar de nuevo. Por supuesto Abdul no lo dudó. Él vivía solo. Su piso, en Barcelona, era bastante grande. De las tres habitaciones la mayor la usaba como dormitorio y otra la había convertido en su trastero personal. Pero la tercera estaba libre y amueblada. Un armario que debía rondar los 100 años hacía juego con la cabecera metálica de la cama y la colcha, estilo años 30, que dejó el anterior inquilino. Se la había ofrecido asegurándole que iba a estar feliz de tenerle como invitado. Y Sayf, tras unos cuantos mensajes haciéndose un poco de rogar, le acabó enviando un "Vale, de acuerdo".

Desde esa confirmación solo pensaba en el reencuentro. Su único temor era el dinero. Barcelona no es una ciudad económica para vivir. Y él no tenía un trabajo estable desde hacía mucho tiempo. Iba haciendo apaños y trapicheos de vez en cuando, algo que le permitía pagar la renta y comer. Pero un invitado le preocupaba. Sayf le había insistido en que ese no iba a ser un problema. Abdul sabía que era cierto. La familia paterna de su amigo disponía de negocios en la capital egipcia, además de inversiones en varios países. Pero él no quería dar la sensación de pobre. Bueno, ya vería como lo solucionaba. De momento le quería en su casa.

Comenzó a pensar.  A su mente vino el primer día de universidad, hacía ya 12 años. El día que vio a Sayf por primera vez.


El ruido del interfono le sobresaltó. Miró el reloj del teléfono. Ya habían pasado 45 minutos. No le había dado tiempo a recordar casi nada, ni siquiera de lo del Cairo, pero ya estaba allí. Corrió por el pasillo. Al llegar a la entrada cogiendo el auricular dijo:

- ¿Si?
-¿Abdul?. Soy Sayf.
De verdad era él. Su voz grave con un ligero acento era inconfundible.
-Sí, te abro.

El plan

La luz intensa de la mañana que entraba por su ventana le había hecho despertar. El dolor de cabeza fue lo primero que notó, tras abrir los ojos y cerrarlos de inmediato. Le pareció que le iba a estallar. Intentó levantar un brazo para tocarse la frente, pero algo se lo impidió. Al tratar de girar el resto de su cuerpo noto algo raro. No podía moverse. Levantando lo que pudo la cabeza vio sus tobillos sujetos con sendas correas a los pies de la cama. Giró la cabeza. Le dolía. Era como si cada neurona de su cerebro fuese una chincheta clavándose a su vecina. Pero pudo ver su muñeca derecha amarrada. Intentó mover la izquierda, girando rápidamente la cabeza para mirar, solo para darse cuenta de que era inútil. Estaba sujeta. Intentó gritar. Pero sus oídos levemente pudieron oír un gruñido. Hasta ese momento no lo había notado. No podía hablar. Estaba amordazado.
¿Que le estaba pasando? Recordaba los abrazos de bienvenida, las risas durante la cena, el postre regalo de su amigo y después su mente era como una página en blanco. Hasta ahora.
En un arrebato intentó tirar de sus ligaduras ferozmente, pero lo único que consiguió fue un dolor por todas sus articulaciones. Trató de gritar, con idéntico resultado para su garganta. Parecía que todo era una broma pesada de su amigo. ¿Donde estás Sayf? Vociferó, sin que ninguno de esas palabras pudieran convertirse en un sonido audible en la distancia.
Abdul siguió intentando liberarse, pero a cada giro de muñecas le seguía el dolor. Dolor en su cuerpo, y dolor en su corazón. El que creía su amigo le había secuestrado.
No supo determinar el tiempo que transcurrió hasta que oyó el primer ruido detrás de la puerta de su habitación. ¿Media hora? ¿Tal vez una?. El sufrimiento no le dejaba razonar ni por supuesto medir el tiempo sin una referencia fiable. No mucho más, seguro. Sonrió. Casi soltó una carcajada pensando en su liberación.

-Una broma muy pesada, Sayf, muy pesada.- se dijo. 
-Ven a soltarme, rápido. - susurraba su mente, a sabiendas que su voz no era audible.

Se tranquilizó. No sabía que decirle, pero sí lo que iba a hacer. Le iba a soltar un sopapo. O mejor, un puñetazo bien dado. Con la primera mano que le liberase iba a partirle la cabeza.

Pero dejó de pensar en el momento que oyó abrirse la puerta. Tras ella, a contraluz, pudo verle de nuevo. Era un individuo de estatura media, metro setenta y tantos, bastante delgado, de tez clara y unos rasgos bastante occidentales. Los había recibido de su madre, una traductora sueca que estuvo acompañando a una embajada comercial hacía unos 35 años en Egipto. Allí conoció a Ahmed Ozesh, desde entonces su marido y padre de Sayf. Abdul recordó que su nórdica herencia siempre les había ayudado a no tener problemas con los matones de las puertas de los locales nocturnos, además de conseguirles abundantes conquistas en su interior.
Se imaginó por un breve instante reventándole esa cara. Pero intentó no hacerlo más y relajarse. Sabía que debía estar calmado. Tal vez le dejase explicarse primero. Sí, que le explicase a que había venido esa absurda broma. Y después, sí. Tan pronto pudiese el tortazo.



- Abdul - Oyó decir a Sayf
- Lo siento, pero vas a tener que estar unos días aquí, en la cama. Te necesito para un proyecto. Tengo un plan en el que vas a ser parte de una forma digamosle "vital".

Abdul comenzó a percibir un olor extraño. Le recordaba a algo, pero no sabía a que. La figura de Sayf, acercándose con un pañuelo en la mano pasó a ser completamente visible, y el olor cada vez más familiar. Cloroformo, a eso olía. No tuvo tiempo de nada más. La tela empapada en la sustancia química estaba tapándole la cara. Mientras se adormilaba pensaba en una serie que había visto por televisión. Allí el asesino anestesiaba a sus futuras víctimas con etorfina. Por curiosidad había averiguado que esa droga, de uso veterinario, era letal en humanos. Era un alivio saber que el método de su amigo no le mataría.


La confesión


- Abdul, despierta.-dijo Sayf  desde los pies de la cama.

Sayf sabía que Abdul llevaba algo más de una hora despierto, sin abrir los ojos. Estaba intentando encontrar una razón. Y no podía entender nada. Los motivos que le venían a la cabeza eran surrealistas algunos, descabellados otros. Habían sido buenos amigos. No conseguía recordar nada por lo que él tuviese rencor o deseo de venganza contra su persona. Ni contra su familia. Sus padres eran casi tan pobres como él. No tenían más que un pequeño negocio de alimentación Halal, en el sur de España. Un rescate era imposible de pagar si es lo que buscaba. ¿Qué otra cosa podía querer? ¿Por qué él? ¿Le torturaría? ¿Le mataría?.

- Abdul, despierta.- repitió esta vez con mayor potencia.

Abdul había estado ojeando antes a su alrededor. Su boca seguía tapada por algún tipo de mordaza adhesiva, y los brazos y pies inmóviles. Pero la visión y la cabeza estaban libres. Ya había podido ver lugar donde tenía una sonda inyectándole suero en su cuerpo. Parecía estar conectada también a una botella con algún sedante, este de momento sin vaciar su contenido. No había cambiado nada en la habitación, aparte del maldito soporte rodante para la sonda.  Así que cuando abrió los ojos fue para mirar a Sayf, poniendo la mirada fijamente en la cara que para su sorpresa parecía querer mostrarle simpatía.

- Vaya, estabas despierto.
- Pareces enojado. Lo entiendo. Sabes, es normal. Pero cuando te lo explique lo entenderás, y tu también verás, como estudiante de biología, lo importante que vas a ser en el éxito de la misión.

Sayf se refería a sus dos años de carrera en la universidad de biología de Barcelona. No había podido acabarla debido a los problemas económicos de su familia. Tras un primer año con un excelente expediente, sus necesidades económicas le hicieron tener que salir a buscar su primer empleo. Su beca hubiese sido válida, excepto por su elección de facultad. Como supo a los pocos meses de estar en la ciudad condal, la asignación pública no era suficiente dinero para subsistir de ella allí. Al tener que trabajar y estudiar al mismo tiempo, sus notas bajaron, no permitiéndole obtenerla de nuevo. Tuvo que abandonar al año siguiente. Había intentado volver a retomarla en varias ocasiones, pero nunca reunía suficiente dinero. Al final claudicó y desistió de su sueño. Sayf, sí acabó. Él no había tenido ese problema, y pudo finalizarla. Pero desde ese segundo año habían perdido el contacto, después del fin de curso y las vacaciones que realizaron juntos. Ahora estaba allí, junto a él, recordándole su fracaso y diciéndole que iba a entender. ¿Entender qué?.



- Has estado durmiendo mucho tiempo. 10 días casi.

Haciendo una pequeña pausa para pensar que iba a decir, Sayf continuó hablando

- Tú conoces el ébola, ¿verdad?.

La mirada de Abdul se nubló, ¿ébola? ¿El virus? ¿A qué se refería?

- Y sabes lo que es una cobaya y para lo que sirve.

Abdul tragó saliva. Tener que experimentar con cobayas siempre había sido su fobia. Pensar en los pequeños animalitos sufriendo y muriendo para poder estudiarlos le aterraba. Pero convertirse él en una parecía aún peor pesadilla.

- Necesito tiempo, y tú vas a dármelo. Me infectaría yo, pero si lo hago así no podré realizar mi plan. Alégrate Abdul, me vas a ayudar a propagar el virus por todo el mundo. Te convertirás en un shahid. Te convertirás en un mártir.

No, el no era musulman. Al menos no fanático. Pero quien era ese tipo que le decía esas palabras. Sayf tampoco era islamista. Juntos habían tomado alcohol por toda Barcelona, y en El Cairo. Y de aquellas fiestas en Sevilla se acordaba que acompañaban los trozos morro frito con jabugo. Y se habían ido a varios clubes  a alternar para acabar muchas noches, y ... y .. .iba a morir. Por Diós, iba a morir en manos de un loco islamista.

























































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